Las acciones de Gustavo Petro han puesto a Colombia al borde del aislamiento internacional, pero que quede claro, lo que está haciendo este gobierno no representa el sentir de los colombianos. No es Colombia la que rompió con Estados Unidos. Es Petro. No somos los colombianos los que insultamos a nuestros aliados estratégicos ni los que saboteamos las extradiciones de criminales. Es su gobierno, cegado por una ideología absurda que desprecia la cooperación, minimiza el crimen y abraza dictaduras como si fueran modelos de admirar.

Más de 30 excancilleres y exministros de distintos sectores políticos lo dijeron sin rodeos en una carta enviada al secretario de Estado norteamericano las actuaciones del presidente no reflejan la voluntad del pueblo colombiano. Y tienen toda la razón. Porque mientras Petro se dedica a incendiar la relación bilateral con Estados Unidos, millones de colombianos entendemos que ese vínculo ha sido esencial para el desarrollo, la seguridad y la lucha contra el narcotráfico. Sin esa cooperación, este país estaría aún más golpeado por el crimen, la pobreza y la exclusión.

Lo que Petro ha hecho en los últimos días es irresponsable. Lanzar acusaciones infundadas de un supuesto complot entre Álvaro Leyva y funcionarios estadounidenses para derrocarlo no solo es delirante, es peligrosamente desestabilizador. Esa teoría sin pruebas desencadenó el retiro del encargado de negocios de EE.UU. y la llamada a consultas del embajador colombiano. El mensaje fue claro, este gobierno ya no es un interlocutor confiable.

Pero la ruptura no comenzó ahí. Esto viene de tiempo atrás. Petro ha paralizado las extradiciones de narcotraficantes con el cuento de la “paz total”, como en el caso de alias “Siopas”, y ha saboteado los acuerdos judiciales bilaterales. Ha insultado abiertamente la política antidrogas de EE.UU. y ha preferido acercarse a regímenes como el de Maduro, el de Cuba o incluso Irán. No es soberanía,no es dignidad nacional, es aislamiento diplomático.

Y mientras todo eso ocurre, ¿quién paga la cuenta? La pagamos los ciudadanos que vamos a perder cooperación técnica, apoyo financiero, oportunidades de estudio, empleo e inversión. La pagarán los campesinos sin alternativas frente a los cultivos ilícitos. La pagará la Fuerza Pública que quedará sin respaldo en inteligencia y entrenamiento. Y la pagará la democracia misma, debilitada por un gobierno que no construye puentes, sino trincheras.

Por eso es tan importante que la carta de los excancilleres exista. Porque alguien tenía que hablar con claridad ante Washington, Colombia no es Gustavo Petro. Colombia no está en pie de guerra con sus aliados. Colombia quiere mantener viva una relación estratégica que ha salvado vidas, construido instituciones y abierto oportunidades para millones.

Lo que está ocurriendo no es una simple “tensión diplomática”, como lo quieren disfrazar. Es una crisis de Estado provocada por el ego desbordado de un presidente que no tolera el control, ni la crítica, ni los contrapesos. Es un daño profundo a nuestra reputación internacional y una amenaza directa al futuro del país. Pero lo decimos alto y claro, Petro podrá hablar por su gobierno, pero no habla por Colombia.

Por: Wilson Ruiz Orejuela