Pareciera insólito pensar o aceptar que el ser humano prefiriera la violencia y subestimara la paz que debe asumirse como prioridad de la vida. Pero en Colombia no solo los grupos armados están en ese empeño de exterminio cotidiano sino también sectores que se han adueñado del país y lo explotan con toda su avaricia cargada de perversidad. Es una realidad de muchos años, como si se tratara de un ADN negativo inexorable. Ha sobrepasado la herencia de muerte legada por los clanes conquistadores que se apoderaron de esta región del planeta.

Desde luego que la historia universal está cargada de confrontaciones animadas por la codicia del poder. Es una realidad inocultable irrigada por la posibilidad de apoderarse de los recursos que hacen posible la dominación que deja riqueza a costa del sacrificio colectivo. Es la savia de la delincuencia que se soporta en los entramados de una política concebida a la medida de intereses excluyentes, amparados por el crimen y la impunidad. Los imperios se formaron así y han consagrado tiranos extremistas desde los orígenes de las sociedades. Es el peso aplastante de sistemas letales adobados de sevicia.

Dada la intensidad de las escaladas de violencia en Colombia se debe sostener la atención en la situación de desgarramiento que devasta a la nación desde hace más de medio siglo a partir del sectarismo bipartidista, atizado por la concepción hegemónica del clientelismo, con olvido de las soluciones de orden social. Ante la expansión del conflicto armado, muchos de los predicadores de la institucionalidad decidieron desconocer la gravedad del mal y en vez de buscar una salida a las atrocidades de todas las formas de violaciones a la vida prefirieron echarle más leños al fuego patrocinando clanes, mafias con la finalidad de aumentar el caudal de sus fortunas. Creció el narcotráfico, la minería ilegal, el contrabando, las redes de la corrupción y la muerte.

Por eso la resistencia a los cambios que se requieren. Así se incentiva la violencia como estímulo a los factores que amparan los privilegios, mientras las víctimas padecen el desconocimiento de la reparación que les corresponde.

El reciente encuentro del expresidente Iván Duque con el primer ministro de Israel Benjamín Netanyahu es la adhesión del mandatario de pésima gestión en Colombia al brutal genocida del pueblo palestino. En ese arribismo de complacencia con el exterminio de una población indefensa se encuentran otros dirigentes que tuvieron militancia democrática y ahora se regocijan de estar alineados con la tiranía que busca apoderarse del mundo.

Desde luego que esa reprobable conducta está dictada por absurdos resentimientos políticos provenientes de frustraciones acumuladas, pero le causan daño a la nación porque es la recurrencia en la violación a los derechos humanos y a la libertad.

El sí a la violencia entraña una traición a Colombia y se impone mantener la bandera de la paz como recurso fundamental de identidad democrática llamado a prevalecer.

Puntada

Dos recientes hechos le aportan relevante identidad cultural a Cúcuta: la XXI Fiesta del Libro 2025 y la entrega del premio de periodismo La Bagatela en su IX versión.

Por: Cicerón Flórez Moya