A pesar de sus privilegios heredados o conseguidos mediante la utilización de una mañosa savia política, Germán Vargas Lleras no ha podido consolidar en Colombia el liderazgo que pretende alcanzar. Se ha quedado atrapado en sus pretenciosas ilusiones aunque él se autoconsidera mesías o titular de saberes infalibles. Con todo, su balance podría reducirse a un rabioso coscorrón de patrón enardecido.

Puesto por su propia egolatría en la galería de los estadistas criollos mide la realidad del país desde su concepción clasista y dogmática. Nada de lo que provenga de otros pensamientos, de otras visiones, de otras voces le parece bien. Y el odio que ha acuñado contra los cambios propuestos por el gobierno actual los descalifica con la vara radical que empuña. Es su odio personal al presidente Gustavo Petro por haber denunciado este los negocios ilícitos en la Nueva EPS con la participación cómplice en la condición de directivo del hermano del exvicepresidente.

Vargas Lleras es un dirigente de viejas mañas. Hace parte de la élite que ha gobernado al país a base de equivocaciones consentidas, que todo lo hacen a la medida de sus intereses excluyentes, sin importarles la desigualdad que es caldo de cultivo de la pobreza, la violencia, la corrupción y el desatino ambiental.
Con motivo de la descertificación de Estados Unidos a Colombia respecto a la lucha contra el narcotráfico, Vargas Lleras le puso incienso de celebración a esa decisión. Es decir, la aprobó sin tomar en cuenta el enorme aporte que en los años del actual gobierno se ha alcanzado en la persecución de las mafias que se enriquecen con la comercialización de la cocaína en el mercado norteamericano.

No es el prohombre que se ha pretendido venderle al país. Su desempeño de la vicepresidencia representó para él la oportunidad de impulsar la ejecución de proyectos de infraestructura vial, es cierto. Pero esas iniciativas no siempre estaban relacionadas con el beneficio a todos los colombianos. Las vías rurales para abrirle espacios a la movilización de la producción agropecuaria no fueron tomadas en cuenta, mientras se favorecieron los sectores que siempre reciben beneficios. Esa falta de equidad es un mal enquistado en la tradición de la gobernanza nacional con la excepción de gestiones que buscaron enderezar socialmente, mediante el reconocimiento de derechos fundamentales, el rumbo de Colombia. Que es una prioridad para todos.

Desde luego que Vargas Lleras no es la excepción. Pero tiene la sartén por el mango, aunque no le ha funcionado como él lo ha buscado. De haber llegado la jefatura del Estado la situación de Colombia seguiría con más de lo mismo, atrasada en el reconocimiento de los derechos que deben recibir todos los ciudadanos para darle a la existencia la fortaleza de cuanto hace de la vida un caudal de satisfacciones sostenibles.
Pueda ser que el país no disminuya sus perspectivas de cambio para hacer posible la paz y se preserven los principios de una democracia de soporte universal de la soberanía nacional, sin sujeción a imposiciones externas que menosprecian el poder basado en la ciudadanía.

Puntada

La movilización mundial contra el genocidio de Israel en Gaza es un hecho de solidaridad por la vida y la libertad. No debe apagarse.

Foto y columna: Colprensa