La periodista y hoy precandidata presidencial Vicky Dávila volvió a quedar en el centro del debate público tras publicar un mensaje en X en el que celebra y amplifica las declaraciones del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, quien calificó al presidente Gustavo Petro como un “líder del narcotráfico” que fomenta la producción masiva de drogas en Colombia.

Más que informar, Dávila tomó partido. En su mensaje afirmó: “Es cierto que Petro ha permitido el avance del narcotráfico en Colombia. Y les ha dado beneficios permanentes de libertad e impunidad. Es obvio que ya Trump y el mundo lo saben.”
No fue una reflexión periodística ni un análisis sobre las implicaciones diplomáticas de las palabras de Trump: fue una aprobación abierta a un ataque externo contra el presidente y, de paso, contra la imagen internacional de Colombia.

El episodio deja al descubierto una deriva peligrosa del discurso político colombiano, donde figuras mediáticas transforman su influencia periodística en un instrumento de odio y propaganda. Que una precandidata presidencial aplauda una descalificación proveniente del extranjero revela no solo su postura ideológica, sino también una preocupante falta de sentido nacional.

El papel del periodismo es contrastar, contextualizar y explicar. Pero cuando se usa la opinión como lanza y se repite un mensaje hostil sin verificar ni medir consecuencias, el oficio se pervierte y se convierte en arma política. En el mensaje de Dávila no hay defensa de la verdad ni crítica constructiva: hay resentimiento y cálculo.

Mientras el presidente Trump agita su base interna con frases incendiarias, la periodista convertida en aspirante política reproduce ese fuego desde Colombia, no para advertir de un riesgo diplomático, sino para festejarlo.
Y eso dice mucho. Dice que en algunos sectores del poder mediático y político ya no importa si el país es humillado, siempre que el adversario sea herido.

No se trata de defender a un gobierno, sino de recordar que ningún proyecto político que aspire a gobernar Colombia puede fundarse en el aplauso a su desprestigio.
La crítica responsable fortalece la democracia; el odio la destruye.
Y cuando una voz que se presenta como líder repite con júbilo las acusaciones de un presidente extranjero contra su propio país, lo que se desnuda no es valentía, sino una profunda deslealtad con Colombia.