Nos duelen los niños. Nos duele el alma, el pecho, el silencio. Nos duele cada niñ@ desaparecido, cada niño violentado, cada pequeño cuerpo hallado sin vida en un paraje olvidado de este país. Nos duele lo que ocurre, pero más aún nos duele la indiferencia. Nos estamos acostumbrando a ver la infancia convertida en cifra, en titular trágico, en estadística fría. Y eso, Colombia, es una tragedia moral que no podemos seguir tolerando.

La niñez en este país está completamente desprotegida. En muchas regiones de Colombia, ser niño es vivir con miedo, es esconderse del conflicto, es estar a merced del abuso, del hambre, del reclutamiento o de la negligencia. Es crecer viendo cómo los adultos, las instituciones, el Estado entero, fallan una y otra vez.

Hoy, el nombre que nos desgarra es Sofía Delgado, una niña de tan solo 12 años, asesinada en Candelaria, Valle del Cauca, en septiembre de 2024. El país la llora, pero su historia va más allá del horror de su crimen: revela todo lo que no hicimos para protegerla. Fue víctima de un monstruo llamado Brayan Campo, quien acaba de hacer públicas unas declaraciones escalofriantes desde la cárcel: “En esos días me empezó a maquinar la cabeza”. Así intentó justificar lo injustificable, como si una “voz interior” fuera suficiente para explicar la violencia más brutal contra una menor de edad indefensa.

Lo que sí debe haber es justicia real, responsabilidad institucional y memoria colectiva. ¿Dónde estaban las alertas preventivas? en casos como el hogar infantil Canadá de Bogotá, operado por el ICBF, es simplemente desgarrador. La denuncia de abuso sexual contra varios menores es una herida al alma del país. Es una puñalada al corazón de nuestra sociedad. Un individuo sin autorización ni vínculo laboral ingresó a ese lugar y, según las denuncias, cometió actos atroces contra niños inocentes. ¿Cómo puede esto seguir ocurriendo en Colombia?

Ese jardín debía ser un santuario de protección, afecto y aprendizaje. Y sin embargo, se convirtió en un escenario de horror. Este caso no solo estremece debería sacudirnos hasta lo más profundo y hacernos reaccionar como sociedad y como Estado. Porque esta tragedia, como tantas otras, nos confronta con una verdad incómoda, Colombia sigue fallándole a su niñez.

Y mientras algunos se quedan en lo morboso del crimen, lo verdaderamente urgente es lo que viene después, ¿cuántas Sofías más hay en riesgo en este momento? ¿Cuántas niñas viven en barrios o veredas donde los agresores están sueltos y las autoridades brillan por su ausencia? ¿Cuántos niños duermen hoy con miedo porque saben que en Colombia ser pequeño también es ser vulnerable?

Los niños de las regiones apartadas, los de las comunidades indígenas, los de los barrios marginados, tienen el mismo derecho a la seguridad y al cuidado que cualquier otro. No puede seguir habiendo una niñez de primera y otra de tercera categoría. La protección infantil no puede depender del código postal.
Nos duele profundamente que en pleno 2025 el reclutamiento forzado siga activo, que la violencia sexual contra menores aumente, que los entornos escolares no siempre sean seguros, y que las respuestas del Gobierno sean tímidas, burocráticas o simplemente inexistentes. Nos duele que cuando las alarmas suenan, el sistema social y judicial responde con una lentitud que cuesta vidas.

Colombia no será nunca un país en paz si los niños siguen siendo víctimas de su propia patria. No puede haber reconciliación nacional mientras la infancia se siga perdiendo entre la violencia y la indiferencia. No hay discurso de equidad posible si no garantizamos lo más básico: que nuestros niños vivan y crezcan con dignidad.

Hoy escribo esta columna con el corazón apretado. Con rabia. Con tristeza. Y con el deber de alzar la voz por Sofía y por todos los que, como ella, fueron silenciados. A los niños que hemos perdido les debemos mucho más que minutos de silencio o frases conmemorativas. Les debemos verdad, justicia, memoria y acción. Les debemos un país diferente.

Por: Wilson Ruiz, exministro de Justicia