En cadena nacional quedó registrada una escena que no admite excusas: el presidente Gustavo Petro interrumpe su alocución para hacer comentarios sobre la apariencia de una funcionaria, la toca sin consentimiento y la expone frente a todos.

Lo ofensivo no fue solo el gesto, sino el coro de aplausos y carcajadas de mujeres que se autoproclaman “feministas”, como si el irrespeto fuese un chiste. Esa postal resume la misoginia oficial: una burla a las mujeres celebrada en vivo y en directo. Misoginia con fachada progresista.

El mismo libreto se repite en la política. Cuando Patricia Balanta perdió su aspiración a la Corte Constitucional, el Gobierno intentó vender la derrota como un caso de discriminación por género y raza. La verdad es otra: perdió por aceptar ser la ficha oficialista en un cálculo político fallido. Y esa narrativa es todavía más dañina: nos pobretea, como si las mujeres no fuéramos capaces de aceptar críticas o derrotas.

Nos quieren hacer ver débiles, cuando en realidad somos rocas que podemos con todo. Hemos luchado durante años para que se nos reconozca como lo que somos: seres capaces, necesarios e indispensables para el desarrollo de nuestro país. Disfrazar un revés político de discriminación no es feminismo: es vaciar de contenido una lucha que nos costó décadas y que jamás se ha librado desde la debilidad, sino desde la entereza y la fuerza. Una cosa es perder por un cálculo político equivocado, y otra muy distinta es ser víctima de discriminación real por ser mujer y negra. Esa sí es una batalla que merece toda la seriedad y el compromiso.

Lo más inquietante ocurre en el Ministerio de Igualdad. Se presenta como símbolo de cambio, pero en realidad es un insulto. El ministro —conocido más por su pasado como actor porno y por sus fiestas en París junto al presidente— hoy se autoproclama “ministra” con el argumento de que “es la marica”. Lo advertí hace unas semanas: esa narrativa era la antesala para saltarse la Ley de Cuotas. Y así fue. La paridad, como recuerda el profesor Luis Miguel Hoyos, “no es una carta blanca para las identidades fluidas, porque no es lo mismo paridad que identidad”. Convertir el femenino “ministra” en un juego de identidades es despojar a las mujeres de un derecho conquistado tras siglos de exclusión.

El Viceministerio de la Mujer confirma la misma lógica. El cargo fue concebido como reconocimiento a la deuda histórica con las mujeres. Hoy, en manos de una persona trans, se convierte en escenario de identidades que suplantan al sujeto político: las mujeres. ¿De verdad esta es la verdadera inclusión? No lo es. Es borrado político.

A esto se suma la defensa oficialista de la prostitución como si fuera “trabajo” común y corriente. No lo es: es explotación sexual. No hay libertad donde solo impera la necesidad. Peor aún, el Gobierno ha sentado en la misma mesa a víctimas y explotadores, revictimizando a quienes debería proteger.

Este patrón se completa con tres años de nombramientos de agresores y violentadores en cargos públicos. Esa es la coherencia real del Gobierno: misoginia institucionalizada y borrado de las mujeres.

Gustavo Petro jamás fue el presidente de las mujeres. Fue, y sigue siendo, un misógino que usó el feminismo como disfraz electoral. Cada decisión, cada discurso y cada gesto lo confirman: este Gobierno convirtió la igualdad en una farsa y a las mujeres en víctimas de su engaño. Petro no gobierna con ni para las mujeres: gobierna contra ellas.

Foto y columna: Colprensa