Cada vez que en Colombia se publican los resultados de las pruebas Saber o del programa PISA de la OCDE, se encienden debates. Algunos celebran posiciones, otros lamentan los bajos puntajes, y casi siempre aparecen titulares con “los mejores colegios” o “Ranking de las mejores universidades”. Pero esa mirada pierde lo esencial: estas evaluaciones no se diseñaron para hacer rankings, sino para ofrecer información valiosa que nos ayude a mejorar cómo enseñamos y cómo aprendemos.
Las pruebas: espejo incómodo, pero necesario
PISA busca comparar sistemas educativos y comprender cómo aprenden los jóvenes de 15 años en distintos contextos. En Colombia, las pruebas Saber cumplen un rol similar: identificar fortalezas y debilidades en la formación, tanto en educación básica como en la superior.
En el Instituto Colombiano para la Evaluación de la Educación (ICFES) hemos sido claros: no elaboramos rankings institucionales. Lo que entregamos son resultados agregados, análisis, visualizadores y datos abiertos que permiten a colegios, universidades y autoridades preguntarse: ¿qué estamos logrando?, ¿qué debemos mejorar?, ¿cómo reducimos las brechas?
Un espejo puede incomodar, pero también es indispensable si queremos vernos de frente y avanzar.
Cuando la comparación se convierte en trampa
Otros países ya nos han mostrado los riesgos. En España, la publicación de listas con los “mejores centros” incentivó la segregación y la competencia por atraer a estudiantes con mejores notas, en lugar de mejorar la enseñanza (El País, 2012).
Esa experiencia deja una lección: cuando las pruebas se usan como podio, se refuerzan desigualdades y se entrena para el examen, no para la vida.
Colombia, con sus enormes brechas entre lo urbano y lo rural, no puede permitirse ese error. La educación debe ser un camino hacia la equidad, no un mecanismo de clasificación excluyente.
El verdadero sentido: diagnóstico y acción
Las evaluaciones cumplen el papel de un diagnóstico médico: no sirven para premiar pacientes, sino para orientar tratamientos.
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Si los resultados muestran dificultades en matemáticas en un departamento, se requieren programas de apoyo focalizados.
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Si ciertas universidades evidencian bajos niveles en competencias comunicativas, hay que repensar planes de estudio y fortalecer la formación docente.
El valor de estas pruebas no está en quién encabeza una tabla, sino en lo que nos permiten hacer con la información: diseñar políticas, focalizar recursos y abrir conversaciones educativas más profundas.
Hacia una cultura de evaluación con propósito
Necesitamos una cultura que vea las evaluaciones como herramientas para transformar, no como trofeos de competencia. Eso implica:
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Que colegios y universidades usen los datos para ajustar prácticas pedagógicas.
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Que secretarías de educación los conviertan en planes de acción locales.
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Que la opinión pública no se centre en los rankings y empiece a exigir mejoras reales.
En el ICFES avanzamos en esa dirección: cada año publicamos resultados abiertos, mapas e infografías para que cualquier institución, territorio o ciudadano pueda interpretarlos y actuar.
Mirar más allá del número y la posición
La educación es un proceso vivo. Evaluarla es necesario, pero usar los resultados como ranking es como quedarse con la portada de un libro y nunca leer su contenido.
Si logramos ver las evaluaciones como brújulas que nos muestran el camino —con todas sus luces y sombras— podremos dar pasos más firmes hacia una educación de calidad, más justa y pertinente para los estudiantes que hoy confían en nuestras escuelas y universidades.
Por: Elizabeth Blandón Bermudez