Estados Unidos vuelve a encender las alarmas en América Latina. Con Pete Hegseth como nuevo rostro del Pentágono, el discurso del “heroísmo patriótico” revive como espectáculo, esta vez en aguas del Caribe.

La escena no es nueva: uniforme impecable, frases de guerra y un enemigo conveniente. El libreto está copiado de los años 80, cuando Ronald Reagan justificaba invasiones en Granada y maniobras militares en Centroamérica bajo el argumento de frenar el comunismo. Hoy el enemigo se llama narcotráfico, pero la lógica es la misma: fabricar amenazas externas para legitimar la intervención.

No podemos olvidar que en 1983, bajo ese mismo relato, Washington invadió Granada con la excusa de proteger estudiantes norteamericanos. Detrás, lo que buscaba era neutralizar a un gobierno de izquierda y reafirmar su hegemonía en el Caribe. Tampoco se puede borrar de la memoria el Plan Colombia de finales de los 90, cuando bajo el paraguas de la “guerra contra las drogas” se desplegaron miles de asesores militares, se impusieron fumigaciones tóxicas y se amarró nuestra política de seguridad a las decisiones del Pentágono.

Hoy, Hegseth habla a marineros en el USS Iwo Jima asegurando que “esto no es un entrenamiento, es el mundo real”. Sus palabras evocan la famosa escena de George W. Bush en 2003, cuando, vestido de piloto en un portaaviones, proclamó una “misión cumplida” que desembocó en una guerra interminable en Irak. La teatralidad no es casual: Estados Unidos ha convertido la comunicación bélica en arma de poder, combinando propaganda, música épica y discursos mesiánicos para maquillar operaciones militares con aroma a epopeya.

El Caribe vuelve a ser pieza clave de ese ajedrez imperial. La presión no solo va contra supuestas lanchas de narcotráfico: también contra gobiernos como los de Venezuela y Cuba, históricamente resistidos a la tutela norteamericana. Detrás de la retórica antinarco se esconde la intención de reposicionar bases militares, controlar rutas comerciales y mantener la región bajo la sombra de Washington.

La historia nos ha enseñado que cada incursión militar estadounidense trae consecuencias dolorosas. Panamá en 1989, con la invasión que dejó miles de civiles muertos para capturar a Noriega, es una herida que todavía arde. Afganistán, Irak, Libia: todas operaciones envueltas en discursos de liberación que terminaron en caos. ¿Por qué habría de ser diferente en el Caribe?

América Latina ya no puede aceptar que se repita la historia disfrazada de cómic. Ni Reagan con su guerra fría tropicalizada, ni Bush con su cruzada en Medio Oriente, ni ahora Hegseth con su cosplay de Capitán América pueden seguir decidiendo el destino de nuestros pueblos. El Caribe necesita soberanía, integración y dignidad, no más experimentos imperiales ni shows televisados de guerra.

Editorial Nación Paisa – Sistema Informativo Nación Colombia – Foto: Colprensa