Editorial
Por: general (r) William René Salamanca.
La noche del miércoles, 13 de noviembre de 1985, quedó grabada en la mente de millones de personas -no solo en Colombia sino en diferentes latitudes del mundo- por estar registrada en la historia como una de las mayores tragedias naturales en la era contemporánea.
En un abrir y cerrar de ojos una avalancha cobró la vida de cerca de 25.000 personas de todas las edades y borró del mapa a San Lorenzo de Armero, un pujante municipio tolimense dedicado a cultivar arroz y algodón, por lo que también recibía el nombre de ‘Ciudad Blanca’; hoy, camposanto, tras la visita del Papa Juan Pablo II.
Colombia no se reponía de la barbarie del Palacio de Justicia, estábamos de luto, cuando la naturaleza nos mostró su poder y nos dibujó lo frágiles que somos ante su grandeza; pero a la vez, nos hizo sacar lo mejor de cada uno, nuestra solidaridad y humanidad ante el dolor del otro, dolor del que nos apropiamos.
A Armero la llevó en el corazón y el alma, tenía 21 años, acababa de salir de la Escuela de Policía ‘General Santander’, y como subteniente me asignaron mi primera gran responsabilidad, ser parte del grupo de apoyo para atender el desastre junto a 160 uniformados de la Institución. 40 años después, recuerdo cada historia de los sobrevivientes, llevo en mi memoria sus caras de tristeza, pero a la vez de esperanza por estar vivos. Y tengo que reconocer que muchas veces lloré en silencio ante el dantesco panorama.
Cuatro décadas después me pregunto: ¿Si estamos preparados para evitar una tragedia de esta magnitud? Me voy a responder que sí. Quiero creer que de alguna u otra forma los avances tecnológicos y de comunicaciones juegan a favor del hombre.
A la par, experiencias aprendidas como Armero o el terremoto en Armenia (25 de enero de 1999, que cobró la vida de más de 1.000 personas), han permitido que Estado y gobiernos tomen conciencia de la situación y se mejoren las infraestructuras y sus diseños. Además, se invierte más en los servicios de emergencia. Tan solo el año pasado se designaron en nuestro país 1,7 billones de pesos para atender desastres naturales.
A esto se suma que los sistemas de alertas tempranas han mejorado y ya se cuenta con tecnología de punta -sistemas satelitales- que, por ejemplo, le hacen seguimiento en tiempo real a los volcanes.
Hoy, se planifica la urbanización para no entrar a competir con la naturaleza y así, respetar el medioambiente, lo que se une a las políticas de reforestación que van de la mano con el cuidado de las cuencas hidrográficas.
En la mesa se sirve el tema del calentamiento global y se han venido adoptando medidas a nivel mundial para disminuir sus efectos, y en cierta forma, nos hemos venido preparando para enfrentar sus resultados. Los simulacros que se adelantan ante eventuales movimientos telúricos y hasta tsunamis han permitido al colectivo que tenga un entrenamiento para actuar y salvar sus vidas.
Nuestros niños y adolescentes vienen recibiendo una educación hacia la concientización del cuidado ambiental y de reacción ante la fuerza de la naturaleza, pero aún nos falta mucho. Podemos concluir que las lecciones aprendidas nos han permitido avanzar y mejorar, pero la verdad es que frente a los fenómenos naturales siempre estaremos en desventaja.
Escuchar hoy los testimonios de los sobrevivientes de Armero, su fuerza, resiliencia, sus historias de vida -muchos perdieron a su familia completa y sus enseres- nos recuerdan que el valor de la solidaridad, la fraternidad y ese deseo de sobrevivir, nos marcan el camino para salir adelante y sonreír.
Historias como la de Omaira, una niña de 13 años, que se convirtió en símbolo de la tragedia de Armero nos debe impulsar a luchar por una Colombia mejor. No olvidemos que esta tragedia también enlutó a las familias de valerosos policías que brindaban la seguridad y que propendían por la convivencia y tranquilidad de este hermoso municipio. A ellos, mi sentido homenaje por su compromiso con los armeritas. Y a la par, mi solidaridad con quienes hoy recuerdan a los seres queridos que perdieron ese día.
Tras haber sido testigo del impacto y los estragos de la naturaleza elevo una oración para que una tragedia de esta magnitud jamás se repita.



