La Feria de las Flores, que debería ser la fiesta más popular e incluyente de Medellín, parece cada vez más un evento cerrado para unos pocos. Federico Gutiérrez lo volvió a hacer: una feria que excluye a quienes no pueden pagar, a los marginados, a “los nadie” de esta ciudad.
Quien no vive en El Poblado o no tiene para comprar boletas, debe conformarse con ver los desfiles desde un puente peatonal, detrás de enmallados y a la distancia. Los mejores lugares están reservados para palcos privados, repartidos entre amistades y clientelas políticas, mientras la reventa mueve sumas millonarias por un asiento que, en teoría, debería ser parte de una celebración de todos.
Hoy, ver el desfile de silleteros o de carros antiguos es un lujo. Las tribunas techadas y cómodas son exclusivas; el espacio “público” son andenes a pleno sol o bajo la lluvia. Y buena parte de la programación se ha convertido en negocio: fondas y conciertos a los que solo entra quien paga.
Medellín necesita un alcalde que devuelva la Feria a la gente, que la democratice, que la reconecte con sus raíces campesinas y silleteras, con la verdadera fiesta paisa. Pero en la Medellín de Fico, parece que manda la consigna: plata es plata.
Editorial Nación Paisa