El anuncio del alcalde de Medellín, Federico Gutiérrez, de construir un parque con un “mar” artificial de 12 mil metros cuadrados, despertó más indignación que entusiasmo. Y no es para menos: mientras la ciudad enfrenta graves problemas sociales y de infraestructura, la administración anuncia una obra que costará $195 mil millones.
El exconcejal Albert Corredor resumió el malestar ciudadano en su cuenta de X con un mensaje contundente:
“El aeropuerto colapsado, las calles llenas de huecos, el metro desbordado, las quebradas taponadas, los colegios cayéndose, las universidades asfixiadas, el costo de vida por el cielo, el estadio destrozado, los homicidios, robos, extorsión, microtráfico y explotación sexual disparados. La gran obra del alcalde: ¡UNA PISCINA BIEN GRANDE! ($195 mil millones)”.
Su denuncia refleja lo que muchos piensan: Medellín se está desmoronando en lo esencial, mientras se invierte en lo superficial.
Porque si algo le falta a Medellín, no es precisamente el mar.
Le faltan hospitales con personal suficiente para atender la creciente demanda, cuando en varias comunas los servicios de salud colapsan entre citas aplazadas y urgencias saturadas. Le faltan colegios seguros y en buen estado, donde los estudiantes no tengan que recibir clases en salones improvisados o en estructuras con décadas de deterioro.
A Medellín le faltan viviendas dignas para miles de familias que aún habitan en condiciones precarias en laderas vulnerables al deslizamiento. Le falta transporte público eficiente, con un metro que ya se siente insuficiente y rutas de buses que no alcanzan a cubrir la periferia.
Le faltan políticas de seguridad verdaderamente efectivas para enfrentar el aumento de homicidios, extorsiones y control territorial de combos. Le falta también empleo formal, oportunidades reales para jóvenes que hoy siguen encontrando en la ilegalidad un camino más rentable que el mercado laboral.
Y, sobre todo, a Medellín le falta agua potable y saneamiento básico en sus zonas más marginadas. Ironía cruel: mientras el alcalde promete un “mar artificial”, hay comunidades que siguen esperando agua limpia en sus casas.
El riesgo de este tipo de anuncios es claro: convertir a la ciudad en un escaparate de obras llamativas mientras debajo de la alfombra crecen las brechas sociales y se profundiza la sensación de abandono en las comunas.
Medellín no necesita un mar de 12 mil metros cuadrados. Necesita un mar de soluciones en educación, salud, empleo, movilidad y seguridad. Un mar de inversión social. Un mar de voluntad política para resolver lo urgente antes de soñar con lo superficial.
La Medellín del futuro no se construye con mares de cemento y cloro. Se construye con políticas públicas serias, con inversión en lo humano, con decisiones que prioricen lo que realmente hace falta. Y lo que Medellín necesita no es un mar; es justicia social, equidad y dignidad para sus habitantes.