En Mutatá, la mañana se abrió como un canto antiguo. Nación Paisa llegó al resguardo indígena Jaikerazabi, un territorio donde el viento baja lento de las montañas y cada hoja parece guardar un secreto de siglos. Allí nos recibió Kelly Johana Suescun Goez, lideresa, guardiana de la palabra y ahora operadora turística del proyecto Mutatá Travel, una iniciativa que convierte el turismo en un puente para compartir saberes, no para imponerlos.

Kelly nos habló con la suavidad de quien conoce la raíz profunda de su tierra. Su voz parecía trazar caminos invisibles: los de la resistencia, los del cuidado, los de los pueblos que han debido aprender a mantenerse en pie frente al conflicto armado, la violencia histórica y la imposición de creencias que quisieron reemplazar su cosmovisión. Pero aquí, en Jaikerazabi, la memoria no se rinde.

Bailamos en círculo mientras los tambores abrían espacio para el espíritu. Cada movimiento era una oración. Cada paso, un recordatorio de que su cultura no solo se preserva: se celebra. Probamos su gastronomía —sabores que nacen del territorio y que saben a río, a montaña y a sol— y escuchamos historias que se cuentan no para adornar, sino para sanar.

La comunidad compartió su visión del mundo desde lo más sagrado: su relación con la tierra, con el agua, con lo que no se ve pero que sostiene todo lo que existe. Nos hablaron de cómo han debido proteger su identidad, incluso cuando el ruido del conflicto o la cruz impuesta del catolicismo intentaron silenciar sus ceremonias y sus palabras.

Mutatá Travel propone algo distinto: un turismo que no mira desde afuera, sino que se sienta a escuchar. Que aprende, que respeta, que reconoce que cada experiencia es un acto de memoria, y que cada visitante se convierte en testigo de una cultura viva, no en espectador de un espectáculo.

En Jaikerazabi entendimos que el turismo ancestral no es un producto: es una conversación entre mundos. Una oportunidad para que quienes llegan comprendan que la historia indígena no se mide en años, sino en resistencias.

Y mientras el día cerraba con cantos y tambores, quedó claro que Mutatá no es solo el comienzo de un viaje.
Es un regreso a lo esencial.