La tragedia volvió a golpear las costas de las Islas Canarias. Esta vez, no fue en altamar ni durante una peligrosa travesía, sino a pocos metros del muelle. En el puerto de La Restinga, en El Hierro, una pequeña embarcación con decenas de migrantes volcó justo cuando los ocupantes intentaban subir a una lancha de rescate. El caos se desató a un paso de tierra firme.

Siete personas perdieron la vida en el accidente, entre ellas cuatro mujeres y dos niñas. Al menos ocho más resultaron heridas. El hecho pone en evidencia una vez más la fragilidad de las operaciones de rescate, la sobrecarga de los sistemas de acogida y, sobre todo, la desesperación de quienes arriesgan todo por llegar a Europa.

Las Islas Canarias, convertidas en uno de los puntos neurálgicos de la ruta migratoria desde África hacia España, enfrentan una presión creciente. La ruta es peligrosa, pero cada semana llegan nuevas embarcaciones sobrecargadas. Esta vez, el destino final fue el muelle… pero no la salvación.

La escena —niñas ahogadas a pocos metros de la orilla— resume la crudeza de una crisis humanitaria que Europa aún no logra atender con humanidad ni eficacia. Las muertes en el mar se siguen contando por cientos cada año, pero lo ocurrido en El Hierro revela una nueva dimensión del drama: morir cuando el rescate parece ya garantizado.