Colombia está cansada de los políticos que confunden liderazgo con espectáculo. De los que viven más pendientes de las cámaras que de los resultados. En un país donde la gestión pública se ha vuelto una pasarela de egos y discursos vacíos, un perfil como el de Juan Carlos Pinzón no solo es necesario, es vital.
Pinzón no es un Federico Gutiérrez que se la pasa paseando entre selfies y sonrisas, sin hacer poco o nada por la ciudad que lo eligió. Tampoco es un Daniel Quintero que deja las responsabilidades tiradas, las obras a medias y los procesos judiciales detrás. Ambos, curiosamente, cargan con investigaciones, funcionarios cuestionados y una huella de desorden disfrazado de liderazgo “independiente”.
Y por supuesto, Pinzón tampoco es un Petro ni un Uribe. No es un caudillo ni un salvador mesiánico. No vende ilusiones ideológicas ni alimenta odios para gobernar. En cambio, representa algo que Colombia ha olvidado: la seriedad. Su carrera, tanto en el Ministerio de Defensa como en la diplomacia, ha estado marcada por la técnica, la preparación y la coherencia. No tiene que gritar para imponer autoridad.
Mientras unos se dedican a dividir al país en bandos, Pinzón ha insistido en fortalecer las instituciones. Mientras otros juegan a la improvisación, él representa la planeación, el orden y la gestión. Y eso, aunque parezca poco, en Colombia es una revolución.
El país necesita un presidente que no gobierne desde Twitter, ni desde la tarima, ni desde el resentimiento. Necesita un líder que entienda que sin seguridad no hay economía, y sin institucionalidad no hay país. Pinzón es de los pocos que aún puede hablar con credibilidad de defensa, crecimiento y estabilidad.
¿Colombia necesita a un Juan Carlos Pinzón como presidente?
Sí. Porque el país ya probó el caos, el populismo y el ego.
Porque los extremos de izquierda y derecha nos han llevado al mismo destino: la frustración.
Y porque ya es hora de tener un presidente que no hable tanto de cambio, sino que sepa cómo hacerlo.
Editorial para Nación Paisa