Me duele Colombia. Me duele profundamente ver cómo la dignidad democrática se desmorona frente a nuestros ojos, sin que muchos alcen la voz. Me duele ver cómo alzan la mano para callar al que piensa diferente, al que se atreve a cuestionar el desorden, el abuso y el retroceso que hoy se esconde bajo el disfraz del “cambio”. Me duele ver que en un país con tanta historia de lucha por las libertades, tengamos que salir a decir una vez más que opinar no puede costarnos la tranquilidad, ni la vida.

El caso de Miguel Uribe Turbay no es solo un ataque a su integridad personal. Es una advertencia peligrosa. Es un mensaje cifrado que busca silenciar al contradictor por medio del miedo. Que no se equivoquen, lo que está ocurriendo no es político, es profundamente antidemocrático. Miguel representa una nueva generación de liderazgo con carácter, con principios y con una oposición firme, que incomoda a quienes gobiernan hoy creyendo que el país es de su propiedad. Por eso lo hostigan. Por eso lo quieren doblegar.

Y sin embargo, no lo logran. Porque la democracia, la real, no la de discurso impostado desde balcones no se arrodilla. Resiste. Miguel no está solo. Lo sabemos millones que, como yo, nos sentimos representados por su voz firme, por su convicción inquebrantable, por su defensa del Estado de Derecho sin cálculos ni tibiezas. En medio de un gobierno que pretende reducir todo a una lucha entre “el pueblo bueno” y “la élite mala”, hay quienes seguimos creyendo en instituciones, en equilibrio de poderes.

Lo que está en juego aquí no es solo la seguridad de un senador opositor, es el clima político con el que Colombia llegará a 2026. ¿Cómo podemos hablar de elecciones libres si desde el poder se estigmatiza, se ataca y se persigue a quien se opone? ¿Qué garantías tendrán los candidatos que no comulgan con el discurso oficial? El deterioro institucional es evidente, y cada nuevo atropello alimenta un ambiente de desconfianza que terminará por minar la legitimidad del proceso electoral.

Lo de Miguel debe prender todas las alarmas. No podemos acostumbrarnos a este país del insulto, la amenaza y el chantaje. Hoy es él, mañana puede ser cualquiera. Cuando desde el poder se normaliza la intimidación al disidente, lo que se está sembrando es una cultura autoritaria que nos aleja del futuro que merecemos.

La democracia no se intimida. La democracia se defiende. Con ideas, con valentía, con unión. Y si algo nos ha enseñado la historia, es que los regímenes que persiguen la verdad, terminan cayendo por su propio peso.

A la familia de Miguel Uribe Turbay, mi admiración y respeto. Su fortaleza, su temple y su fe en medio de la tormenta nos recuerdan que el verdadero coraje no está en el ruido, sino en la constancia del que no se rinde. No están solos. Millones de colombianos estamos con ustedes, caminando del mismo lado de la historia, el de la verdad, la justicia y la libertad.

Nos quieren asustar, pero no lo lograrán. Nos quieren dividir, pero seremos más fuertes si nos unimos. La oscuridad nunca ha tenido la última palabra cuando hay ciudadanos decididos a encender la luz. Sigamos firmes. Porque cuando la democracia es defendida con el alma, no hay poder que la destruya.