Hoy no solo se espera un fallo judicial. Se espera un veredicto que medirá, en tiempo real, si Colombia es capaz de juzgar a quien fue su hombre más poderoso. Álvaro Uribe Vélez, dos veces presidente, figura central del uribismo y actor dominante de las últimas dos décadas, enfrenta una decisión clave en su proceso por presunto soborno a testigos y fraude procesal.
Pero la discusión pública no gira en torno a las pruebas que existen, abundan y han sido reconocidas incluso por la Corte Suprema, sino alrededor de una narrativa que busca instalar la idea de que sin “prueba reina” no hay caso. Como si más de 20 testigos, interceptaciones legales y años de maniobras jurídicas no fueran suficientes.
La “prueba reina”, entonces, no es una evidencia documental. Es el blindaje político, mediático y simbólico que rodea al expresidente. Es la capacidad de manipular la opinión pública con titulares que sugieren una persecución sin sustento. Es el respaldo de sectores del empresariado, del Congreso y de algunos medios que siguen cuidando su imagen como si de ella dependiera la estabilidad nacional.
Hoy, más que un fallo, se escribe un mensaje: si Uribe es absuelto por “falta de pruebas”, pese a la densidad del expediente, no será por la fuerza del derecho, sino por el peso del poder. Y si es condenado, se abrirá una grieta histórica en el pacto de impunidad que ha protegido a las élites armadas del país.
En cualquier caso, no hay justicia imparcial si la balanza sigue inclinada hacia quienes manejan los hilos del Estado. Porque en Colombia, como lo demuestra este proceso, la justicia no siempre falla por ausencia de pruebas… muchas veces falla por miedo.
Editorial Nación Paisa
Foto: Colprensa