En medio del silencio cómplice de muchos congresistas antioqueños, Alejandro Toro se ha consolidado como uno de los pocos líderes antioqueños que, en verdad, ejerce un control político serio, riguroso y sin concesiones sobre las actuaciones del alcalde de Medellín, Federico Gutiérrez, y del gobernador de Antioquia, Andrés Julián Rendón.
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Toro no es solo un nombre en el Congreso: es la única voz viva de las fuerzas sociales y populares de Medellín y Antioquia que se ha atrevido a cuestionar los manejos del poder local y regional. Mientras otros se alinean, callan o negocian, él interpela, denuncia y representa a quienes no tienen micrófono, pero sí indignación.
Como decía el jurista Charles Louis de Montesquieu: “Una cosa no es justa por el hecho de ser ley. Debe ser ley porque es justa”. Y esa justicia, hoy, en Antioquia, la encarna Toro con cada debate y con cada denuncia.
En palabras de Álvaro Gómez Hurtado: “El control político no es para atacar, es para que el poder se justifique”. Y eso es justamente lo que Alejandro Toro le exige a quienes gobiernan con arrogancia y sin rendirle cuentas a nadie. Su voz se ha vuelto incómoda para los poderosos, pero indispensable para los ciudadanos.