Por: Sergio Ramírez

La República Dominicana ha abierto las puertas esta semana a los más de 80 escritores convocados desde distintos países por el Festival Centroamérica Cuenta. Y han venido a juntar sus voces en un país que, si conoció un día la brutalidad de una dictadura sanguinaria, ha conseguido, ya por décadas, andar por el camino de la libertad y de la democracia. Si diversidad y libertad son inseparables, no menos lo son la literatura y la libertad. La literatura se colocará siempre del lado de la libertad, y del lado de la
democracia, dos palabras sacramentales que se reflejan en el espejo oscuro de que ya hablaba san Pablo en su Epístola a los Corintios: “Ahora vemos por un espejo, en obscuridad; más entonces veremos cara a cara…”. Ver cara a cara a las palabras sin ataduras y sin mengua, alzarse en su libre vuelo hacia las verdades, y hacia la imaginación. Y la libertad de palabra entraña también al periodismo libre. La cárcel que sufre José Rubén Zamora en Guatemala, por revelar la verdad de la corrupción y el cierre a que se ha visto obligado El Periódico, el diario que dirigía, son hechos que hay que condenar y denunciar con toda energía. Centroamérica Cuenta es un festival literario nacido hace diez años en Nicaragua, y al que opresión y dictadura, el espejo oscuro, forzaron a la errancia; un festival exiliado que busca asilo, y lo encuentra generosamente en la República Dominicana; paradojas de las que siempre se aprende, pues el exilio ha enriquecido al festival, lo ha hecho crecer, lo ha multiplicado.

El territorio de la imaginación es muy vasto. Una imaginación vasta para una América vasta, compleja, alucinante, sorprendente, variada, como es tan variada la lengua en que escribimos. La lengua en que nos contamos historias, en que contamos la historia, y con la imaginación, contamos la realidad, y la alumbramos. Los escritores somos testigos de cargo. Nuestro oficio es levantar piedras, como decía José Saramago. No es nuestra culpa si debajo de esas piedras lo que encontramos tantas veces son monstruos.

La pregunta para qué sirve la literatura es una pregunta ociosa. La literatura no es una profesión liberal, de la que esperar una rentabilidad fija, o un salario. La literatura es una aventura vital para quien la elige como oficio, llena de riesgos porque la ética de la literatura es la verdad, y al decir la verdad se incurre siempre en peligros. Es un oficio que suele ofender al poder arbitrario, empeñado en castigar las palabras. La literatura no ofrece respuestas, abre preguntas, cuestiona. Nos permite, al escribir y al leer, ser otro y ser otros, descubrir realidades, dar majestad a la historia a través de las historias, ser intérpretes de la Historia que será recordada como la cuentan los novelistas. Porque la literatura escribe la historia, y hace que la memoria perdure a través de la imaginación.

Yo, escritor hasta la muerte, vivo porque escribo. Vivo en mi lengua, que es mi patria, y vivo en la lengua y en la memoria de mi pueblo. Ninguna tiranía puede quitarme la lengua en la que escribo, ni puede quitarme la pertenencia a la gente que, desde mi infancia, da vida a mi escritura De ellos, de esos nicaragüenses hoy en silencio porque se les niega la palabra, y de los que, igual que yo, viven en el exilio, nace mi escritura, y va a dar hacia ellos. Y desde ellos, porque ellos existen, es que yo existo, y puedo por eso ser latinoamericano, y aspirar a ser universal. Pedro Mir, el gran poeta dominicano, escribió en el poema Hay un país en el mundo sobre el hombre desterrado de su tierra: “Procedente del fondo de la noche / vengo a hablar de un país.
/…Natural de la noche soy producto de un viaje / Dadme tiempo / coraje / para hacer la canción…”.
Centroamérica Cuenta es producto de un viaje. Y producto también de la libertad, “uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos”, según las palabras de Nuestro Señor don Quijote.