Las recientes declaraciones del técnico mexicano Efraín Juárez, quien renunció sorpresivamente a la dirección de Atlético Nacional, ponen en evidencia las tensiones internas y el manejo errático de las directivas del club paisa.

En entrevista, Juárez explicó que su salida no se debió a falta de ambición ni a la imposibilidad de asumir el reto de la Copa Libertadores, sino a una ruptura profunda con la dirigencia. “Yo me voy por principios y valores”, afirmó el estratega, cuestionando la falta de respeto y el nulo respaldo en la construcción del equipo.

Según su testimonio, la planeación deportiva fue ignorada por los directivos, quienes tomaban decisiones de fichajes sin consultarlo, pese a que él era el responsable técnico. Juárez reveló un caso concreto: el del lateral Álvaro Angulo, a quien consideraba clave por su desempeño, pero que fue dejado en libertad sin explicación. “No conozco un lateral que nos haga siete goles y nos salga gratis. Había que firmarlo. Se fue libre”, relató con evidente frustración.

El técnico añadió que se sintió relegado y usado: las directivas parecían convencidas de que el título que logró fue producto de su gestión y no de un proceso colectivo. “Me sentí irrespetado. Ellos pensaban: contratamos un técnico y cualquiera puede ser campeón”, señaló. Para Juárez, continuar en esas condiciones significaba legitimar un modelo equivocado de dirección, basado en improvisación y falta de confianza mutua.

Su salida confirma lo que muchos hinchas venían denunciando: un desgobierno en Atlético Nacional, donde la directiva toma decisiones desconectadas de lo deportivo, debilitando proyectos y técnicos por igual. La crisis no se limita a la cancha, sino que toca la esencia misma de la planeación institucional.

Hoy, con el equipo sumido en la incertidumbre, las palabras de Juárez reavivan el debate sobre la falta de un rumbo claro en Atlético Nacional, un club que debería ser referente en el continente, pero que parece hundirse en errores de gestión y egos directivos.