Tras un partido de fútbol en Malang, Indonesia, la noche del sábado, más de 130 personas murieron luego de que fanáticos enardecidos invadieron la cancha, informó la policía de ese país, quien no descarta la lista siga creciendo al haber más de 80 heridos en delicado estado de salud.

«Fueron escenas de guerra. Vimos personas morir en el vestuario». Así definió a Efe los momentos de terror en el estadio Kanjuruhan el portero brasileño Adilson dos Santos, quien milita en el club Arema de Indonesia y ha sido testigo de la tragedia que segó la vida de al menos 125 personas el sábado.

«Era un verdadero campo de batalla, eran escenas de guerra. Parecía la guerra entre Ucrania y Rusia y no un campo de fútbol. Solo había caos y pánico», resume conmocionado el jugador en una entrevista telefónica con Efe, concedida desde la ciudad indonesia de Malang -que el sábado fue el escenario de una de las peores tragedias de la historia del fútbol.

Esta tragedia, según se conoció por parte del Gobierno de Indonesia, dejó 32 menores de edad muertos, en un hecho que enluta al país asiático y que está en mira de organizaciones mundiales, quienes ya se desplazaron para adelantar investigaciones y dar con la responsabilidad, pues todo apunta que el genocidio se generó por parte de las autoridades quienes actuaron con violencia.

Cabe resaltar que, el incidente trágico tuvo su estallido al parecer cuando unos 3.000 aficionados del equipo anfitrión, Arema, irrumpieron en la cancha tras una derrota 2-3 ante su rival de patio Persebaya Surabaya y chocaron contras las fuerzas de seguridad, que respondieron con bombas de gas lacrimógeno, cundiendo el pánico entre los espectadores.

«Empezaron a traer algunos de los heridos más graves para el interior del vestuario. Vimos personas muriendo, yo entré en completa desesperación», recuerda Santos en la isla de Java.

Fue así que, al sonar el silbido final de la disputa deportiva, comenzó el caos, y se desencadenó la violencia extrema, por lo que los jugadores y miembros de la comisión técnica y árbitros del partido, corrieron inmediatamente a refugiarse al vestuario, donde estuvieron confinados durante unas cinco horas hasta que la situación estuvo bajo control.

«Al principio solo escuchábamos el ruido de las bombas (de gas lacrimógeno), de los golpes, gritos, el llanto y la gente rompiéndolo todo. Pero luego empezaron a traer a los heridos, algunos ya muertos. Muchos estaban azules por la falta de oxígeno y se morían delante de nosotros«, rememora.

La tragedia alcanzó su ápice cuando los hinchas «mataron a uno de los policías», lo que llevó a una «dura respuesta» de los agentes, que lanzaron bombas de gas lacrimógeno contra la multitud y provocaron una estampida descontrolada que ha dejado a al menos 125 muertos.